A 93 años de la sanción de la ley de ocho horas de trabajo durante el gobierno de Yrigoyen, el recuerdo de quien promovió el primer proyecto en ese sentido en el Concejo Deliberante de Buenos Aires.

Por Leandro Giacobone (*)

Aunque nunca escrita, hay una sentencia que bien podría ser una de las 20 Verdades Peronistas: "La historia de la clase trabajadora argentina empieza el 17 de octubre de 1945"Todo lo anterior es prehistoria o un simple prólogo destinado a explicar el encuentro del pueblo con su líder, acto en el que se reconoce como clase. Los anarquistas, intrascendentes; los socialistas, bienintecionados pero sin poder político; los radicales, un partido de clase media.

¿Cómo hizo entonces el radicalismo para poner tantos presidentes en el siglo de la democracia de masas? ¿Cómo explicar ese original arraigo popular sin tener en cuenta su vínculo con los trabajadores? Imposible.

Desde fines del siglo XIX, radicales, socialistas y anarquistas contribuyeron a la ampliación de los derechos políticos y sociales. Muchas conquistas hoy forman parte de nuestra vida cotidiana. Pero el impacto que tuvo en aquellos años fue increíble.

La Ley de ocho horas de trabajo fue sancionada el 12 de septiembre de 1929 bajo la presidencia de Hipólito Yrigoyen. Para una clase obrera acostumbrada a jornadas de doce o más horas de trabajo fue un cambio radical. La Ley le impuso un límite al capital, dio descanso a los trabajadores y tiempo libre para estar en familia, formarse, divertirse o participar en política. 

Pero la lucha por las ocho horas no era nueva en Argentina. Treinta y cinco años antes, la presentación de un proyecto de ordenanza para regular el horario de los trabajadores municipales constituyó el primer antecedente de legislación pro obrera en nuestro país. Fue en septiembre de 1894, en el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires y elaborado por el concejal radical Eduardo Pittaluga.

Pittaluga nació en Buenos Aires el 7 de septiembre de 1862. Estudió y se graduó en Farmacia y Medicina en la UBA. Participó en la Revolución de 1890, asistiendo a los heridos junto a Juan B. Justo y Elvira Rawson. Ese mismo año, pudo ver el 1° de mayo celebrarse por primera vez en Buenos Aires por iniciativa del Congreso Socialista Obrero Internacional de Paris (1889), que había resuelto declarar esa fecha como “Día del trabajador” y hacer de la reducción de las horas de trabajo su principal demanda.

Militaba en el radicalismo porteño, en la picante Parroquia de Monserrat. Como Medico Seccional de la Asistencia Pública se preocupó por las condiciones de vida de las familias obreras, inspeccionando y multando a dueños de conventillos de la zona. Como en Sabattini o Illia, su profesión actuó como puente entre la sensibilidad social y la política.

En junio de 1894 Pittaluga asumió el cargo en el Concejo Deliberante, entonces ubicado en la Manzana de las Luces. En septiembre de ese año, presentó su proyecto de ordenanza para regular el horario de trabajo de los empleados del municipio y sus empresas contratistas. Aludiendo razones de higiene y humanitarias, defendió su propuesta con vehemencia:

“Si no queremos que la democracia sea tan solo en nombre, estamos obligados a propender con nuestro ejemplo para que se establezca ese número de horas de trabajo; porque así, el pueblo tendrá tiempo para instruirse y tomará en la política la participación que le corresponde; no como cosa y sí como un ser que tiene conciencia de sus derechos”.

Frente a la indiferencia del resto del cuerpo político, los trabajadores de todos los oficios apoyaron al concejal del radicalismo. El movimiento obrero organizado comenzaba a dar sus primeros pasos y convocó a una movilización para el 14 de octubre en apoyo al proyecto.

Ese domingo, los barrios populares madrugaron para ir concentrándose en sus gremios y confluir hacia el mediodía en la Plaza Rodríguez Peña, ubicada en Callao y Paraguay. Con una banda de música al frente, alrededor de 10.000 trabajadores emprendieron la marcha. Pasadas las 14, avanzaban por Entre Ríos. Al llegar a la de esquina Independencia, bajo un sol rotundo, desde un balcón les habló Pittaluga:

“No debéis esperar absolutamente nada de los actuales gobiernos, los cuales jamás tendrán en cuenta vuestros legítimos derechos. Si vosotros deseáis libertad y justicia, tened presente que eso lo conseguiréis si vosotros mismos, amparados por la Constitución argentina, tratáis de ser unidos para luchar en la política y llevar al poder a vuestros representantes”.

Aquella fue una de las más importantes movilizaciones de la época. Por el número de asistentes, por la conciencia que adquirieron los trabajadores de su propia fuerza y por haber expuesto a los ojos de todos, la existencia de lo que en ese entonces se llamó “la cuestión social”. Además, ante el rechazo del proyecto en el Concejo Deliberante, se desató un proceso de huelgas y movilización de gremios como panaderos, marineros, foguistas y estibadores, entre otros, que continuó hasta entrado el mes de enero.

En el Concejo, Pittaluga también presentó proyectos para la abolición del trabajo nocturno en panaderías; por la reglamentación de condiciones de trabajo, higiene y seguridad en talleres y fábricas industriales; por la eximición de impuestos a artículos de primera necesidad; por la regulación de las condiciones de viviendas colectivas de alquiler; además de ser un férreo defensor del hospital público.

Aunque los seguidores de Juan B. Justo lo acusaban de ser un “socialista de salón”, Pittaluga no temió entreverarse en la política criolla. Fue un militante radical de convicciones socialistas, con los pies en el barrio y el grito en el cielo.

(*) Encargado del área de Archivo de la Biblioteca Radical