Nélida Baigorria: la alfabetizadora radical
El 8 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Alfabetización porque fue el día que en 1988, la UNESCO premió el programa ideado y llevado a cabo por Nélida Baigorria. ¿Quién fue esta educadora que dedicó su vida a que todos pudieran leer y escribir?
El 8 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Alfabetización porque fue el día que en 1988, la UNESCO premió el programa ideado y llevado a cabo por Nélida Baigorria. ¿Quién fue esta educadora que dedicó su vida a que todos pudieran leer y escribir?
En Argentina hoy pocos lo recuerdan. Quizá le faltaron algunos años más de desarrollo para terminar de cumplir sus objetivos. O le faltó un poco de la épica de los cubanos con sus brigadas marchando al monte, ya no con un fusil, sino con lápiz y cuaderno. Nunca se le hubiese ocurrido incorporar el “Né-li-da me a-ma”. El Plan Nacional de Alfabetización diseñado por Nélida Baigorria fue premiado por la UNESCO el 8 de septiembre de 1988 y, desde esa fecha, lo conmemoramos como el Día Internacional de la Alfabetización.
Durante 1961, los cubanos llevaron adelante la Campaña Nacional de Alfabetización, que en diciembre de ese mismo año les permitió declarar en la Plaza de la Revolución a Cuba como territorio libre de Analfabetismo. Sin duda, todo un logro de la voluntad política puesta a disposición del desarrollo humano.
Unos años después, en 1964, el gobierno de Arturo Illia creó la Comisión Nacional de Alfabetización y Educación de Adultos. Según datos estadísticos, la población analfabeta en Argentina era de poco menos del 10%. Tan pronto vino el Golpe de Estado, se interrumpió esta política impulsada por el ministro de Educación Alconada Aramburú.
En 1983, el radicalismo volvió al gobierno de la mano de Raúl Alfonsín, quien le pidió a Nélida Baigorria que se pusiera al frente del armado de un plan de alfabetización.
¿Quién era Nélida Baigorria? Había nacido en 1921 y cuando se recibió de maestra Normal comenzó sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Allí, se recibió de Profesora en Letras, en 1945. Luego, seguiría su formación académica como Auxiliar Técnica de Psiquiatría y Criminología Salud Pública (1949). Ejerció como docente durante 35 años, mientras se dedicaba a la investigación en el área de la educación popular.
Se acercó a la Unión Cívica Radical siendo joven. Cuando el radicalismo se partió, continuó su militancia en la UCRI de Arturo Frondizi. Por aquellos años, ya era una destacada dirigente política, por lo que fue electa convencional constituyente para la reforma de la Constitución en 1957. En las elecciones de 1958, fue elegida diputada por la Capital Federal para el periodo 1958-1962. Ya en su banca, formó parte de la Comisión de Educación. Menos de un año le llevó tomar la decisión de renunciar al bloque de la UCRI para formar un bloque independiente junto a Horacio Luelmo. Las políticas educativas de Frondizi no coincidían con el ideario radical por el que siempre había luchado.
En 1963, Illia asumió el gobierno y la nombró al frente de la Comisión Administradora de Emisoras Comerciales y Canal 7 TV. Aún no eran muchas las mujeres en cargos de dirección dentro del Poder Ejecutivo. Tras sortear barreas, en 1964 y 1965 fue elegida Mujer del Año por su obra cultural y educativa.
Fue justamente por su acción que en 1965, aparecen extrañas solicitadas de un grupo denominado FAEDA (Federación Argentina de Entidades Democráticas Anticomunistas) en los grandes diarios de tirada nacional. Se encargaban de armar listas negras de supuestos conspiradores del comunismo internacional, en donde Baigorria figuraba como “agente de la infiltración marxista en el campo cultural”. Un antecedente de lo que años después sería la Triple A.
En 1984, Alfonsín la designó Presidenta de la Comisión Nacional de Alfabetización. Desde ese organismo se llevó adelante el Plan Nacional de Alfabetización, que fue reconocido por la UNESCO con el Premio de Asociación Internacional de Lectura en 1988. El referente de la educación popular Paulo Freire era parte del Jurado.
En 1983, Argentina, que siempre se había visto a sí misma como la luz de América Latina, tenía al 36.7% de su población mayor de 14 años con alguna forma de analfabetismo (absoluto o funcional). Por eso la decisión de Alfonsín de llevar adelante ese proyecto, dando el apoyo político a Nélida, cuando aparecían los obstáculos, sobre todo a la hora de bajarlo al territorio en provincias gobernadas por el peronismo, mas reacias a aplicarlo. Sin embargo aún en esas provincias, gracia a gobiernos municipales o al propio tejido de la sociedad civil, se pudo llevar adelante. El pueblo lo había hecho suyo, condición necesaria para el logro de cualquier política pública territorial.
Por la radio y por la tele se podía escuchar la potente propaganda del Plan: “Ahora la democracia abre los libros que cierran las dictaduras. Ahora aprendiendo a leer y escribir, usted empieza a razonar en libertad. Nunca más analfabetos. Educación para todos.”
Nélida, como buena docente, explicaba muy bien cuál era el enfoque, el porqué del Plan Nacional de Alfabetización y la importancia de la Educación en democracia:
“Las metas que nos hemos propuesto pueden parecer utópicas, y es cierto, puesto que se orientan al logro de la perfección humana: el bien, la verdad y la belleza. Somos conscientes de que en su plenitud son inaccesibles, pero en tanto se asciende en su conquista, sincrónicamente, se hace selectivo el ordenamiento jerárquico de la tabla de valores. El ser humano comienza a buscar la verdad, descubre la dimensión moral del bien y se introduce con deslumbramiento creciente en el mundo de los placeres estéticos. […] Lejos estamos de creer que con la alfabetización proyectaremos sabios. Sí nos proponemos despertar curiosidad intelectual, avidez de saberes para lograr que el hombre iniciado en esa apasionante aventura no la abandone jamás”.
Con 85 años cumplidos, todavía le quedaba resto para dar conferencias, haciendo un balance de una vida dedicada a la educación:
“Trabajé en alfabetización para llevar ‘la luz del alfabeto' a los más desposeídos, estuve en los centros de alfabetización de todas las regiones de la República, conocí la pobreza, la miseria extrema de esa gente y de los niños. Por eso luché tanto, porque en la proporción de mis limitaciones, quise para ellos lo que tuve para mí: el mejor sistema educativo, con óptima calidad de enseñanza, donde además del conocimiento se dinamizaban los mecanismos de la mente para el pensar profundo y por la educación se forjaba al ser humano libre para autodeterminarse en su vida personal y, en la cívica, como ciudadano de la democracia”.