Por Leandro Giacobone (*)

Hace exactamente 47 años, Mario Abel Amaya e Hipólito Solari Yrigoyen fueron secuestrados por la dictadura militar. No corrieron la misma suerte: el único que sobrevivió fue el ex senador y militante por los Derechos Humanos, quien ya había sido víctima de un atentado de la Triple A tres años antes.

El 17 de agosto de 1976, secuestraron al ex diputado Mario Abel Amaya en Trelew y al ex senador Hipólito Solari Yrigoyen en Puerto Madryn. Luego de varios traslados por Viedma, Trelew y Bahía Blanca, en donde sufren todo tipo de torturas, uno fue conducido en avión a un exilio forzoso. El otro volvió como cadáver a su tierra: Mario Abel, “el petiso”, “el negro”, asesinado por la dictadura en su plan sistemático de exterminio y desaparición de personas.

Hay un canto en los actos partidarios, esa canción que se levanta como murmullo y se convierte en grito. Como un homenaje, una plegaria laica o como himno de guerra.

Por el Ruso .../ por Amaya…/ por el Pueblo…

La represión ilegal de la última dictadura no tuvo filtros, ni aún con figuras públicas como un diputado o un senador nacional. Se la tenían jurada a los abogados de la solidaridad, tal como llamaba el sindicalista Agustín Tosco a quienes usaban su título para servir a los desposeídos.

Ya la Triple A había inaugurado su proyecto de sangre atentando con una bomba contra Solari Yrigoyen, en noviembre de 1973. A Amaya no le perdonaban su defensa de los presos políticos, Trelew, el Trelewazo, la defensa de Tosco, su participación en la Comisión de Solidaridad con Chile, su presencia en el funeral cívico a Salvador Allende, aquella imagen de él casi trepado al féretro de Ortega Peña para que no se llevaran el cuerpo.

Ese 17 de agosto a las tres y media de la madrugada, frenó un Ford Falcón metalizado frente a la casa de la calle Pecoraro 120, en un Trelew frío y silencioso. Bajaron tres hombres vestidos de civil. Mario ya sabía de qué se trataba. Antes de atender, despertó a su madre Ana Rosa para avisarle que era la Policía.

- “¿Qué pasa, por qué lo buscan a mi hijo?”

- “Son cosas de rutina. Ya se lo vamos a traer, señora”.

Y ella se sentó a esperar toda la noche.

Volvería dos meses después, en un avión desde Buenos Aires, dentro de un cajón de madera.

El libro Nunca Más, elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, detalla los hechos:

“Ambos fueron secuestrados el 17 de agosto de 1976 y alojados en el Regimiento 181 de Comunicaciones de Bahía Blanca, donde les aplican crueles tormentos. El día 30 de agosto de 1976, al cabo de un pedido formulado al Gobierno argentino por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, son trasladados hacia la ciudad de Viedma donde los arrojan al costado del camino. Allí recoge sus cuerpos de inmediato un móvil policial”.

Y continúa: “Curiosamente, el Gobierno publicó la versión de que el vehículo policial protagonizó un denso intercambio de disparos con el ‘coche secuestrador’, logrando por fin la recuperación de las víctimas. Los doctores Solari Yrigoyen y Amaya declaran enseguida que no escucharon jamás detonación alguna por disparos”.

“A partir de ese momento -prosigue-, pasan a investir el carácter de ‘detenidos legales’ y para legitimar todo el siniestro procedimiento se los acusa de ‘vinculaciones con actividades subversivas’ y se los coloca en arresto a disposición del Poder Ejecutivo por Decreto N° 1831/76. Son llevados el 11-9-76 al Penal de Rawson, y al ingresar al mismo reciben una tremenda golpiza que al Dr. Amaya afecta ya irreversiblemente, al grado que, frente al drástico empeoramiento se resuelve a los pocos días conducirlo al Hospital Penitenciario Central - Cárcel de Devoto, Capital Federal-, donde se apaga su vida el día 19 de octubre de 1976. El Dr. Solari Yrigoyen quedó encarcelado en Rawson, hasta que al cabo de nueve meses es autorizado a abandonar el territorio argentino - virtual expulsión - según decreto presidencial N° 1098/77.”

Rodolfo Walsh, en su artículo “Historia de la guerra sucia en la Argentina”, también se refiere al caso:

“…capturados por la marina en la ciudad patagónica de Puerto Madryn, más de 1.000 kilómetros al sur de buenos Aires. La protesta internacional azuzó los conflictos internos de la cúpula militar, que ordeno la aparición de ambos políticos. La Marina los arrojó atados en una ruta de donde los recogieron fuerzas del Cuerpo V del Ejército. Contra lo que se esperaba, no se los puso en libertad y se los mantuvo detenidos, ahora oficialmente. El Cuerpo V los coloco a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, figura jurídica derivada del estado de sitio. Amaya falleció poco después en la cárcel de Villa Devoto, por una insuficiencia cardiaca según el parte oficial; debido a las torturas que recibió, de acuerdo con la opinión de la Unión Cívica Radical.”

En una austera ceremonia en el cementerio, rodeado apenas de un puñado de personas, antes de que el cuerpo de Amaya se cubriera de tierra, habló Raúl Alfonsín, donde, casi como una promesa, soltó:

“…Venimos a despedir a un amigo entrañable… Un amigo valiente que no sabía de cobardías. Un amigo altruista que no conocía el egoísmo. Un hombre cabal, de extraordinaria dimensión humana…”

“Ruego a Dios que haga que el alma de Mario Abel Amaya descanse en paz. Ruego a Dios que permita sacarnos cuanto antes de esta pesadilla, de esta sangre, de este dolor, de esta muerte, para que se abran los cielos de nuevo; que en algún momento podamos venir todos juntos a esta tumba con aquellos recuerdos agridulces y recordar el esfuerzo del amigo y poder decirle que se realizó, que dio por fin sus frutos.”

(*) Encargado del área de Archivo de la Biblioteca Radical.