Pasaron casi tres décadas de aquel acuerdo en Olivos que Alfonsín pasó explicando durante gran parte de su vida. Su mérito, sin dudas, estuvo en el contenido institucional que logró incorporar a la nueva Constitución. 

El presidente Carlos Menem estaba en la cresta de la ola. Había logrado contener la inflación con el Plan de Convertibilidad, el proceso de privatizaciones terminaba de vender lo poco que quedaba del Estado, se aprobaba la Ley Federal de Educación y él se mostraba como el mejor alumno de los organismos financieros internacionales, alineado en materia de relaciones exteriores con EE.UU.

Faltaba poco para que se sintieran los costos sociales del modelo neoliberal y se derramara la pobreza a la clase media, generando un ejercito de nuevos pobres que todavía se animaban a soñar con ser nuevos ricos. Un peso-Un dólar como mantra.

En este contexto, Menem quería su reelección, pero la Constitución se lo impedía. Solo un detalle, nada que no pudiera resolver con los niveles de popularidad abierta y subterránea que tenía. Las elecciones presidenciales de 1995 se acercaban y ya en 1993 se comenzó a hablar de reforma constitucional y reelección. El riojano decidido a todo o nada: convocó a un plebiscito (que nunca se hizo) para legitimar la reforma.

Los radicales más viejos parecían vivir un deja vu con la Constitución de 1949. Pero los líderes de un radicalismo fragmentado hacían cada uno su juego. Mientras Eduardo Angeloz se oponía y llamaba a la abstención, otros gobernadores bancaban la reforma. En tanto, los radicales de a pie que se oponían terminantemente en cualquier mesa de café, un día se levantaron y por la tapa de los diarios se enteraron de la concreción que popularmente se conoció como Pacto de Olivos.

Menem y Raúl Alfonsín, que parecían enemigos irreconciliables, pasaban a ser enemigos íntimos. Habían acordado un “núcleo de coincidencias básicas” que apoyarían peronistas y radicales, marcando así el rumbo de la reforma y allanando el camino a la reelección del de Anillaco.

En sintonía con el proyecto frustrado de reforma que había elaborado durante su presidencia el Consejo de Consolidación para la Democracia, Alfonsín intentaba ponerle un límite al presidencialismo y al modelo neoliberal. De allí su iniciativa de crear organismos de control, mecanismos de participación democrática semidirecta, establecer la elección directa del presidente, la segunda vuelta electoral y la representación de minorías en el Senado, además de dejar abierto el camino para legislar derechos de tercera generación.

A Menem parecía que le importaba poco el contenido y su obsesión era la reelección que gran parte de la sociedad a viva voz criticó y en silencio apoyó, al darle su voto en el ‘95. Mientras tanto, Raúl se pasó el resto de su vida explicando las razones y los tiempos de la negociación. De cómo quienes conducían los dos partidos mayoritarios de Argentina, cada uno con su grupo de expertos, llegaron a un acuerdo histórico para no repetir viejos desencuentros. Y de cómo luego se sometió a la discusión en todos los órganos de deliberación y gobierno partidario.

Por más que a los argentinos nos guste pregonar que hace falta consenso, cuando se da solemos verlo como una negociación espuria, como algo opaco. Nos gustan los superclásicos, los unitarios y federales.

Son muchos los que cuentan que en aquellos días, Alfonsín se aparecía en cualquier reunión donde había un puñado de radicales para explicar su visión del asunto. Que si al inicio flotaba en el ambiente el rechazo al acuerdo, podía darlo vuelta y convencerlos de salir a militarla como una cuestión de principios.

La elección de los constituyentes que se reunieron en Santa Fe para reformar la constitución se hizo el 10 de abril de 1994 en todo el país. Fue una elección difícil de militar. Al ver la lista de los candidatos (Julio César Strassera, Florentina Gómez Miranda, Jesús Rodríguez y Chacho Jaroslavsky, entre otros), la estética e ideas fuerza de la campaña, es inevitable pensar que no podía fallar. Sin embargo, como en el futbol, no alcanzó el mejor plantel, el técnico con la mejor estrategia ni el peso de la camiseta. El Frente Grande, con Chacho Álvarez a la cabeza, ganó en la Capital Federal y le saco el segundo lugar al radicalismo en la Provincia de Buenos Aires. Una hecatombe para los boina blanca y un anticipo del duro resultado de la futura elección presidencial.

Los temas se parecen a los que marcan la agenda argentina post 2001. Una advertencia de lo que se traía bajo el poncho el neoliberalismo: controlar a los poderosos, incorporar al medio ambiente como derecho, garantizar la independencia de la Justicia, defender los derechos laborales, la escuela y la salud pública, una constitución para todos.

El devenir de la historia hizo que aquella reforma que le dio a Menem la oportunidad de la reelección en 1995, fue la que le quitó la chance de ser presidente en 2003.