El radicalismo hace un culto de las convenciones, órgano deliberativo y máxima autoridad partidaria. El recuerdo de aquella noche del 11 de mayo en la que a Marcelo T. de Alvear le tiraron de todo. Uno de tantos encuentros acalorados.

Las convenciones radicales tienen fama de ser largas y corajudas. Disputa de poder o resabio folclórico. Espacio de toma de decisiones estratégicas o mera puesta en escena. Nadie duda, sin embargo, que hoy es parte de la cultura política y marca de identidad del radicalismo. Un cruce de fronteras entre lo real y lo simbólico.
Hombres y mujeres yendo y viniendo con cartelitos: apellido, nombre y provincia. La tribuna que quiere hacer algo más que mirar y no se consuela con ser espectadora. Como en los festivales populares, la mesa se sirve en el centro, pero la cosa se cocina en los bordes. En las afueras de bares, hoteles, humo y café. Duelos de palabra y de sables con filo, contrafilo y punta.
Dicen que aquella vez empezó con un micrófono cruzando todo el cielo del Salón La Argentina, pero el ambiente ya estaba caldeado. El 11 de mayo de 1941 se reunía la Convención Nacional en la Ciudad de Buenos Aires para definir posiciones frente a un mundo en guerra y a un gobierno fraudulento que daba tibias señales de querer enmendarse.
Cuando pasadas las 21 llegó al salón el entonces presidente del partido, Marcelo T. de Alvear, la rechifla, gritos, insultos y vivas lucharon para hacerse notar por sobre los altoparlantes que inútilmente buscaban apaciguar los ánimos subiéndole el volumen a la marcha.
Vio venir el micrófono, y apenas logró esquivarlo con un movimiento certero que le hizo recordar a sus años jóvenes de esgrimista. Pero el roce en su cabeza calva no amortiguó la velocidad y fue a dar de lleno contra una mampara que estalló en mil pedazos. Entre acordes y el ¡calma, radicales! que llegó tarde, fue la señal de inicio del desmadre.
Bajo la mirada atenta de los oleos de Alem e Yrigoyen, la barra arrojaba al escenario todo elemento contundente a mano. Rojo de furia, Alvear intentó tomar el control de la palabra, pero solo logró hacerse blanco fácil para los proyectiles. Al verlo tan regalado, algunos correligionarios lo protegieron usando una mesa como escudo, mientras alrededor suyo caía una lluvia de sillas, tan macizas que se necesitaban las dos manos para arrojarla.
"Pero ¿Qué carajo?", diría Don Marcelo.

¿Por qué hacer cientos, miles de kilómetros para reunirse y discutir? La Convención Nacional es el órgano deliberativo y se la considera la máxima autoridad en la UCR. Entre sus funciones se encarga de elegir los candidatos para la fórmula presidencial, definir el marco de las alianzas electorales, elaborar el programa de gobierno y dictar y modificar la Carta Orgánica que regula el funcionamiento partidario, entre otras. Por allí tienen que pasar todas las grandes decisiones estratégicas del partido, aunque sea formalmente, para ratificarlas o rectificarlas.
Así fue desde sus orígenes, cuando en sus convenciones formadoras de 1890, 1891 y 1892 la Unión Cívica devenida en Radical, decidió romper con la idea de los agrupamientos esporádicos, que se arman y desarman en función de las elecciones. También se diferenció de partidos unipersonales y de los que usaban alguna “convención de notables” para abordar los procesos de toma decisiones y definición de candidaturas.
El radicalismo se proyectó así como una fuerza política moderna, como una organización de carácter permanente. Se decidió en favor de una convención democrática, con representantes venidos de todas las provincias, elegidos desde los comités locales. Definió e institucionalizó reglas de juego estables que le imprimieron su carácter federal, popular y democrático.
Así, orientaciones y virajes proceden o se reflejan en la Convención. Ese hervidero de razones y pasiones, que marca el estado del ser radical e interpela el deber ser del mismo. Por eso será que dos por tres unas se agitan y otras se desbordan.

Don Marcelo estaba algo mayor y un poco enfermo, muchos habrán pensado que fue uno de los trances mas duros de su vida política, sin embargo, días después de la Convención le escribe a Alejandro Maino una larga carta donde afirma:
“Creo, sin embargo, que el partido ha progresado enormemente en sus prácticas internas; y si alguna duda nos quedara al respecto, la última Convención Nacional, por la forma en que se ha desarrollado, por las altas y ponderadas discusiones que han tenido lugar en su seno; por la obra no interrumpida de sus comisiones, y por los importantes asuntos votados en ella, prueba, evidentemente, todo el progreso realizado por la Unión Cívica Radical. Se puede decir, sin temor de incurrir en equivocación, que es la mejor Convención que ha realizado el Partido, al menos de que yo tenga recuerdo, no sólo por lo que de ella resultó, sino por la manera de proceder y desenvolverse. Y no hay duda que una actuación semejante de los organismos directivos de un partido democrático constituye la mejor prueba de su eficiencia en y de su marcha ascendente.”
Empezaba a despedirse. Eran los últimos tiros. Y la guapeza ya no estaba en ir al frente tirando, sino en poner el pecho recibiendo.

Un partido muy convencional
Un partido muy convencional
Un partido muy convencional