Por Leandro Giacobone (*)
Aún desconocido por muchos, tuvo su pasado comprometido con el radicalismo. Para la elección de 1928, creó un comité para respaldar a Yrigoyen. Incluso, hay textos que evocan al viejo líder.

La radio se expandía, al cine todavía lo llamaban teatro mudo, Palermo era un suburbio y Borges, su poeta. La división de la UCR entre Yrigoyenistas y Antipersonalistas hizo que fueran en listas separadas esas elecciones: Yrigoyen-Martínez frente a Melo-Gallo. La campaña electoral fue tan polarizada y el triunfo de Don Hipólito tan aplastante que se lo conoció como El plebiscito.

Los años ‘20 del siglo pasado habían sido, hasta ese momento, de gran crecimiento económico y cultural para todas las clases sociales, especialmente para los trabajadores. La expansión de la escuela, el crecimiento del público lector, más tiempo libre después del trabajo y dinero en los bolsillos de las mayorías populares colaboraron en la conformación de un nuevo campo cultural.

La revista literaria Martin Fierro congregaba a los escritores con mayor proyección hacia el futuro inmediato. El campo intelectual se expandía y se profesionalizaba, pero también se politizaba y se fragmentaba. Mientras los nacionalistas admiraban a los fascismos europeos y se organizaban en sus propios cursos y publicaciones, Borges apuró a fundar el Comité de Jóvenes Intelectuales Yrigoyenistas. Fueron parte de este, los emergentes y ya renombrado Leopoldo Marechal, los hermanos Raúl y Enrique González Tuñón, Ulises Petit de Murat, Xul Solar, Pablo Rojas Paz, Sixto Pondal Ríos, Roberto Arlt y Macedonio Fernández, entre otros.

La primera asamblea del grupo se realizó en la calle Quintana 222, usada como dirección para su sede social, que era en verdad la casa de Borges. Aunque de corta duración, el Comité publicó manifiestos en periódicos de tirada masiva, expresando su apoyo a la candidatura de Yrigoyen y advirtiendo sobre el fraude electoral en las provincias. Políticamente estaban cerca de Horacio Oyhanarte, figura joven y de confianza de Yrigoyen, que apadrinaba al colectivo. También se animaron a editar su propia revista: La Palabra.

Borges intentó convencer a Evar Méndez, Director de Martín Fierro, de que adhiriera orgánicamente a la candidatura del viejo caudillo. Sin embargo, Méndez (empleado en la Secretaría de la Presidencia de Alvear) se negó con el argumento de no traicionar la neutralidad que había caracterizado a la publicación desde su nacimiento. Cuando la revista difundió una desmentida acerca de la adhesión a la candidatura de Yrigoyen, declarándose ajena a todo “comité politiquero”, Borges y otros renunciaron al consejo editorial, provocando la fractura y desaparición de Martin Fierro, que ya no tuvo vuelta.

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A Borges, muchas veces se lo imaginaba amargado, solitario, en su torre de marfil, lejos de toda realidad, abocado al estudio de lenguas muertas o agonizantes. Habitando, añorando tierras lejanas o imaginarias.

Georgie, que alguna vez definió a la democracia como “un curioso abuso de la estadística”, quien afirmó que Argentina sería otra, y mejor, si hubiésemos canonizado al Facundo de Sarmiento en lugar del Martin Fierro de Hernández, en algún momento de su vida puso su proyecto literario entero al servicio de la democracia popular. Entonces Borges, poeta marginal e intelectual comprometido, perteneció a la “secta del cuchillo y del coraje”.

Estaba emparentado al radicalismo desde la tradición familiar por vía materna y paterna, con antepasados que se mezclaban entre la chusma valerosa de Balvanera, formando parte de las huestes del barbudo suicida: Leandro Alem. Pero la militancia radical yrigoyenista de Borges va más allá y se entiende desde una búsqueda que entronca la política con su proyecto literario: la construcción de una mitología criolla, que configurara una identidad nacional abierta y democrática, que conversara con el mundo.

Antes de los cuentos fantásticos, de los espejos y laberintos, y de abocarse al estudio de la mitología nórdica de los anglosajones, Borges buscaba la propia. Sin castillos, doncellas, espadas, armaduras, mares ni dragones. Con ranchos, taperas, puñales, cuchillos, compadritos, malevos, el suburbio, la orilla antes de caerse en La Pampa, el tango. Como si la civilización se hiciera con trozos de barbarie.

Borges participó en los primeros actos políticos después del golpe de Estado de Uriburu para reorganizar al radicalismo, y en 1934 prologó El Paso de los Libres, de Arturo Jauretche, “obra que merecerá la amistad de las guitarras y de los hombres”.

Además del conocido “el corralón seguro ya opinaba Yrigoyen”, dejó otras numerosas huellas radicales en su escritura. Como muestra van algunos ejemplos:

“Entre los hombres que andan por mi Buenos

Aires hay uno solo que está privilegiado por

la leyenda y que va en ella como en un coche

cerrado; ese hombre es Yrigoyen”. (1926)

“Estará donde el último retrato

de Yrigoyen presida austeramente

el vano comité que clausuraron

con rigor las virtuosas dictaduras,

negando al pobre el ínfimo derecho

de vender la libreta del sufragio”. (1943)

"Razonar esta convicción de yrigoyenista es empresa fácil. Equivale a pensar ante los demás lo que ya ha pensado mi pecho. (…) Es el caudillo que con autoridad de caudillo ha decretado la muerte inapelable de todo caudillismo (…) Yrigoyen, nobilísimo conspirador del Bien, no ha precisado ofrecernos otro espectáculo que le de su apasionado vivir, dedicado con fidelidad celosa a la Patria". (1928).

“La víspera de las elecciones presidenciales [las de 1928, que ganó nuestro admirado Hipolito Yrigoyen]. (…) Oímos además una milonga de seguridad partidaria y de vuelo aunque humildísimo, servicial (“Radicales los que me oyen / del auditorio presente / el futuro presidente / será el doctor Yrigoyen”).

(*) Encargado de Archivo de la Biblioteca Radical.

Un Borges Nac & Pop y radical
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